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Alemania, un motor económico averiado
Volkswagen /MATTHIAS RIETSCHEL
Cada vez que Alemania apunta a una recesión surgen los titulares alertando sobre la situación del “enfermo económico europeo” y las repercusiones de su enfermedad en la UE. Esta vez, la recaída de la primera economía de la zona euro coincide con el debilitamiento de China, el gigante asiático que en los últimos años se había consolidado como primer socio comercial de Alemania, por encima de las advertencias lanzadas desde Washigton o París contra una relación de dependencia que afecta la importación tanto de materias primas como de componentes industriales o semiconductores. Un 40 % de los automóviles que exportaron el año pasado los grandes de la automoción alemana -Volkswagen, Mercesde y BMW- se vendieron a China.
La industria de la automoción alemana, entre otras, teme los efectos del debilitamiento chino, especialmente ante la evidencia de que la recuperación económica de la potencia europea no acaba de concretarse. La primera economía de la zona euro oficializó su recesión técnica el primer trimestre del año, el segundo consecutivo con una contracción de su producto interior bruto (PiB). Al -0,5 % del último trimestre de 2022 siguió el -0,3 % del primero de 2023. Los grandes institutos económicos del país prevén ahora una contracción del 0,6 % para el presente año. Ni el consumo ni la industria de la que se denominó “locomotora económica” europea están recuperándose como se anhelaba unos meses atrás.
Alemania es un enfermo reticente. “Es Alemania de nuevo el enfermo de Europa?”, se preguntaba una emblemática portada de 'The Economist' en agosto, interpretada como la constatación de un diagnóstico temido. Importante en ese titular es el “de nuevo” y también recordar a qué otras situaciones se remite o cómo se recuperó Alemania, si lo hizo, de los socavones económicos de su historia reciente.
Los antecedentes
Se suele tomar como referente el gigantesco lastre dejado por la reunificación nacional o absorción de la Alemania comunista por la República Federal (RFA), hace 33 años. Pero teniendo en cuenta que se trata de unas circunstancias realmente excepcionales tal vez sea más interesante repasar cómo reaccionó Alemania a otras caídas, como las sufridas entre 2002 y 2005, o por qué ahora no se ha recuperado del parón de la pandemia con la rapidez de la de otros socios.
Entre 2002 y 2005 Alemania pasó de ser el defensor acérrimo del Pacto de Estabilidad Europeo a incumplir año a año el puntal de los criterios de convergencia marcados en Maastricht, el que marcaba el tope del déficit en el 3 %. El apostol de la estabilidad se convirtió en su transgresor sistemático. Por esos años gobernaba el país la coalición entre socialdemócratas y verdes liderada por Gerhard Schröder -en el poder entre 1998 y 2005-, a la que le correspondió reencauzar la situación dejada por el denominado “canciller de la Reunificación”, el conservador Helmut Kohl.
La respuesta de Schröder fue un plan de reformas bautizado como Agenda 2010. Implicó un duro programa de recortes en el sistema social alemán. La economía se recuperó, peró la familia socialdemócrata alemana sigue bajo efectos del desgarro derivado de esa Agenda. En lo político, el primer golpe vino de la escisión de su corriente izquierdista, capitaneada por Oskar Lafontaine, unos pocos meses de llegar al poder el centrista Schröder.
La Agenda 2010 era un programa de reformas estructurales indigerible para muchos. Pero allanó el camino a su sucesora, la conservadora Angela Merkel, quien ha reconocido reiteradamente que sin el plan de Schröder Alemania no habría podido afrontar, como lo hizo, la crisis que afectó a la zona euro entre 2009 y 2016. Berlín se aplicó con más facilidad que otros al dogma de la austeridad, una señal de identidad para Merkel.
La Alemania de la canciller apretó las tuercas a todo aquel que, a su juicio, vivía “por encima de sus posibilidades”. No solo a sus castigados socios europeos del sur, sino también a escala interna, lo que a posteriori se ha evidenciado como el gran pecado capital, en lo económico, de sus 16 años en el poder.
Se suele decir que Alemania se mueve como un paquidermo económico. La comparación es injusta hacia los elefantes, que pueden alcanzar los 40 kilómetros por hora -muy por debajo de las velocidades de un felino africano, pero que de todos modos no justifican el término lento-. En la comparación juega su papel el hecho de que las patas de un elefante no están dotadas para correr como lo hacen otros animales, sino que simplemente anda más rápido cuando toma velocidad.
Males endémicos
La economía alemana tampoco sabe correr como otros. Sufre unos males que empiezan a ser endémicos o que no han recibido el trato adecuado durante un largo periodo de tiempo.
Las grandes asignaturas pendientes del país son la digitalización y la desburocratización, un lastre para las grandes o pequeñas empresas. Ejemplo paradigmático del mal funcionamiento de sus aletargadas infraestructuras es la red de ferrocarriles, la Deutsche Bahn, entre las más impuntuales de Europa, por mucho que esa realidad pueda chocar a quienes siguen creyendo en la fiabilidad del “made in Germany”.Noticias relacionadas
Alemania fue una locomotora mientras funcionó su motor exportador. Pero de pronto su puntal histórico, la industria del motor, perdió fuelle ante los rivales asiáticos, especialmente ante China. Tampoco invirtió en tiempos de bonanza en el desarrollo de las renovables, aposentada en la comodidad del gas barato ruso.
La guerra de Ucrania obligó al gobierno actual, el tripartito del socialdemócrata Olaf Scholz a desprenderse de forma acelerada de una dependencia energética rusa fraguada en tiempos de Schröder -aliado de Vladímir Putin- y acrecentada por Merkel, bajo la convicción de que el gas barato ruso favorecía a su industria. Al verde Robert Habeck, ministro de Economía y vicecanciller, le ha correspondido buscar remedios en un tiempo récord, mientras renunciaba a objetivos climáticos y trataba de paliar el alza de la factura energética de sus ciudadanos e industria. También a Habeck le corresponde, trimestre a trimestre, admitir que no se avanza como se anhela y que la recuperación tendrá que esperar. La nueva cita, según los institutos, será en 2024, en que se espera un crecimiento del PIB del 1,3 %.