Suecia, el banlieu nórdico
Joana Serra
Que Suecia haya dejado la órbita de los países seguros o incluso modélicos, con altos niveles de bienestar social, es algo que cuesta transmitirle a cualquier visitante que se desplace a Estocolmo. La capital sueca y las 14 islas que la integran siguen describiéndose en algunas guías turísticas como una Venecia nórdica, donde el único problema al que se enfrentará el visitante es el frío polar que se respira en sus calles durante un duro invierno que además se prolonga en el tiempo cuando media Europa esté ya bajo el sol primaveral.
El lenguaje de las estadísticas, sin embargo, es muy distinto a la percepción del visitante: 116 asesinatos se registraron en 2022 en el país nórdico, de los cuales 60 fueron por armas de fuego y relacionados con tiroteos; la tendencia muestra un aumento, con un 10 % de incremento del total de delitos a lo largo de 2023.
No hay día en que los noticieros del país no hablen de tiroteos, sea en la capital o en otros núcleos urbanos. La mayor sacudida se produjo en un solo día del pasado septiembre, en que fueron tres los muertos en estas circunstancias. Uno de ellos era un muchacho de 13 años.
Del modelo de bienestar que representó Suecia se pasó a ocupar el primer puesto entre los socios de la Unión Europea (UE) en cuanto a víctimas mortales debidas al crimen organizado. El centro de Estocolmo sigue siendo un lugar hermoso y pacífico, aunque gélido. Pero la situación cambia en cuanto se accede al extrarradio. Ahí encontrará el visitante barrios como Tensta, semejantes, por sus modelos de bloques de edificios y también por el paisaje humano, a los banlieu franceses.
Son núcleos de población con un alto porcentajes de personas de origen extranjero. En algunos de esos distritos un 90 % de sus habitantes tendrá al menos un progenitor nacido fuera del país. Su padre o madre, o los dos, llegaron décadas atrás a Suecia procedentes de Iran, Irak, Somalia, Líbano o Turquía. En esos tiempos, el país nórdico era sinónimo de país de asilo. Sus hijos nacieron ya en Suecia y adquirieron su ciudadanía.
De ese paraíso de entonces se ha pasado a una escalada en sentido negativo. Los extrarradios de Estocolmo o de Malmö se convirtieron en terreno abonado para las guerra territoriales entre los llamados clanes, sea de la droga o del tráfico de armas. Son clanes relativamente pequeños, con jerarquías mal definidas, donde cualquier rencilla puede derivar en una espiral de violencia.
El caso más conocido, también fuera de las fronteras suecas es el de Rawa Majid, nacido en Suecia de padres iraquíes y líder del clan "Foxtror" y apodado "el zorro kurdo", prófugo de la justicia del país nórdico. Pero más allá de la acción de su clan, que aparentemente dirige desde Turquía, el crimen organizado de los suburbios suecos está altamente diversificado, lo que complica aún más la acción policial.
Cualquier muchacho puede convertirse en cabecilla de un grupo, como relata Faysa Idles, una sueca de origen somalí autora de la novela "Ett ord för blod" -"Una palabra para sangre"-, donde describe el submundo de Tensla, poblado por personas como sus propios hermanos reales, que tanto serán víctimas como asesinos o jefes de clan.
La pregunta que asalta al visitante que se asoma a estas estadísticas o que lee la prensa sueca es cómo se ha podido llegar a estar situación y, más importante, si hay formas para revertirla.
Suecia, con 10 millones de habitantes, concentra la mayoría de su población en sus grandes núcleos urbanos, como Estocolmo, con 989.600 ciudadanos. El porcentaje de personas de origen extranjero a escala nacional se sitúa en el 8,3 %, pero ese cómputo se dispara al 30 % en el conjunto de la capital para seguir aumentando -hasta el mencionado 90 % de personas con al menos un progenitor no sueco de algunos de sus barrios-. Un 85 % de las personas que se han visto inmersas en tiroteos u otros delitos con armas de fuego, tanto si fueron sus víctimas o sus causantes, son de origen extranjero.
La cruda realidad de estas cifras ha dado alas a la ultraderecha, como suele ocurrir. Una parte del electorado no necesariamente identificado con esas ideologías se ha volcado a darles su voto, con la esperanza de recuperar el paraíso de bienestar o seguridad perdido. Una posición que, a su vez, convierte la situación en un círculo vicioso. A mayor dominio de los partidos del radicalismo derechista, más se recortarán las partidas destinadas a la integración. La marginalidad impulsará a esas personas a la delincuencia. La media del desempleo está en Suecia en el 3,5 %, pero el porcentaje sube al 16 % entre la población de origen extranjero.
El impulso de la ultraderecha se plasmó en las urnas en las elecciones generales de 2022. Los llamados Demócratas Suecos quedaron en segunda posición, solo superados por la socialdemócrata Magdalena Andersson, por entonces primera ministra.
La derecha radical no gobierna en Estocolmo, sino que lo hace una coalición conservadora-centrista liderada por Ulf Kristersson. El partido ultra que lidera el mediático Jimmie Äkesson se "conformó" con el puesto de aliado externo, ya que el resto de partidos le bloquearon como socio.
Kristersson, cuya formación centrista había quedado en tercera posición, se convirtió en primer ministro, pero con Äkesson marcando su agenda a cambio de su apoyo parlamentario. Si ya con la socialdemócrata Andersson en el poder habían empezado los recortes en materia social e integración, al actual coalición y su socio externo no han hecho más que acentuarlos. El gobierno de Estocolmo se ha sumado además a las posturas más restrictivas en materia migratoria dentro de la UE. Del modelo de bienestar sueco y la sociedad igualitaria se pasó a una creciente brecha social.
"Debemos estar preparados para una guerra", advirtió hace unos días el ministro de Protección Civil, Carl-Oskar Bohlin. No se refería en este caso a una guerra entre bandas o clanes criminales, principal quebradero de cabeza de sus conciudadanos, sino al otro gran problema del país, en este caso en el terreno de lo abstracto: el temor a Rusia.
Suecia, como Finlandia, abandonó la neutralidad militar en 2022, a raíz de la invasión rusa de Ucrania. Ambos vecinos nórdicos solicitaron en paralelo el ingreso en la OTAN. Finlandia -con 1.360 kilómetros de frontera con Rusia- logró consumar su integración en un tiempo récord, mientras que Suecia sigue esperando completar el proceso de incorporación como nuevo miembro.
Le falta la ratificación por parte de Turquía. Las objeciones inicialmente interpuestas por Ankara, que acusaba a Estocolmo de dar asilo a terroristas kurdos, se disiparon tras el relevo en el poder a favor de Kristersson. Pero sigue pendiente de la ratificación parlamentaria.
Las palabras de Bohlin han creado inquietud en el país sueco. La guerra entre bandas es un peligro concreto y diario, para los vecindarios de las zonas más afectadas. El ejecutivo de Kristersson ha acentuado la presión policial sobre estos grupos, cuyo peligro equipara con el procedente del terrorismo. Se propone incluso utilizar al Ejército para combatir esas bandas.
"Nuestra sociedad está preparada para presentar resistencia activa a una agresión. Pero nuestros sistemas de protección civil deben modernizarse para responder, en caso de guerra", afirmó ahora Bohlin, en relación a la amenaza rusa. Sus palabras fueron recibidas con críticas desde formaciones opositoras e izquierdistas, que consideran innecesario crear mayores miedos abstractos en una población que ya vive bajo el síndrome de la inseguridad en su día a día.
De Finlandia al Neukölln berlinés
Para bien o para mal, Suecia no está sola en su lucha contra la criminalidad organizada. La vecina Finlandia, asimismo un país con poca población -5,5 millones de habitantes- y mucha más superficie boscosa que zonas urbanas, vive su propio azote de este fenómeno y, también, un fuerte impulso de la ultraderecha A diferencia de lo que ocurre en Estocolmo, donde la derecha radical es aliado externo del gobierno, en Helsinki a la pérdida del poder por parte de la socialdemocracia que lideró Sanna Marin siguió una coalición donde los ultraderechistas Verdaderos Finlandeses forman parte del ejecutivo del conservador Petteri Orpo.
Alemania, el país más poblado de la Unión Europea (UE) con 83 millones de habitantes, vive también su propio combate contra las bandas del crimen organizado. Tienen sus bastiones en barrios de Berlín o del populoso “Land” de Renania del Norte-Westfalia. La capital alemana no es un ejemplo de centro urbano pulcro al estilo de Estocolmo, sino más bien un panorama de dejadez o directamente suciedad que alcanza también a sus barrios más acomodados o el distrito gubernamental donde se encuentran la Cancillería de Olaf Scholz, el Parlamento y otras principales instituciones del Estados.
El feudo de los clanes del crimen organizado está, como ocurre en las capitales sueca o finlandesa, ahí donde se concentran las mayores bolsas de pobreza y marginalidad. En ellos se plasman con todo su peso los déficits de la política de integración o la tacañería institucional que ha negado los recursos adecuados a esas tareas en un país con más de un 10 % de población de origen inmigrantes y que en un solo año -como fue en la crisis migratoria de 2015 o a raíz de la invasión de Ucrania en 2022- ha recibido más de un millón de refugiados.
Son barrios como el multiétnico de Neükolln, en Berlín, territorio de clanes como el de los Remmo, una estructura familiar ampliada a un centenar de miembros, al que se imputan más de un millar de delitos cada año. Van desde sangrientos ajustes de cuentas a espectaculares robos nunca aclarados, como el de una moneda de oro de 100 kilos del Museo Bode, parte de la llamada Isla de los Museos. Su golpe más sonado fue el audaz atraco de 2019 a la legendaria Bóveda Verde de Dresde, un tesoro de monedas y joyas de la capital sajona. Su fuerte, sin embargo, no son esos espectaculares “momentos”, sino el dominio territorial que ejercen sobre ese distrito berlinés y sus guerras con sus rivales. Cada uno de sus procesos judiciales por crímenes, asesinatos y ajustes de cuentas llegan a desplegar operativos judiciales semejantes a los que se articulan en procesos por terrorismo internacional.
Que Suecia haya dejado la órbita de los países seguros o incluso modélicos, con altos niveles de bienestar social, es algo que cuesta transmitirle a cualquier visitante que se desplace a Estocolmo. La capital sueca y las 14 islas que la integran siguen describiéndose en algunas guías turísticas como una Venecia nórdica, donde el único problema al que se enfrentará el visitante es el frío polar que se respira en sus calles durante un duro invierno que además se prolonga en el tiempo cuando media Europa esté ya bajo el sol primaveral.
El lenguaje de las estadísticas, sin embargo, es muy distinto a la percepción del visitante: 116 asesinatos se registraron en 2022 en el país nórdico, de los cuales 60 fueron por armas de fuego y relacionados con tiroteos; la tendencia muestra un aumento, con un 10 % de incremento del total de delitos a lo largo de 2023.
No hay día en que los noticieros del país no hablen de tiroteos, sea en la capital o en otros núcleos urbanos. La mayor sacudida se produjo en un solo día del pasado septiembre, en que fueron tres los muertos en estas circunstancias. Uno de ellos era un muchacho de 13 años.
Del modelo de bienestar que representó Suecia se pasó a ocupar el primer puesto entre los socios de la Unión Europea (UE) en cuanto a víctimas mortales debidas al crimen organizado. El centro de Estocolmo sigue siendo un lugar hermoso y pacífico, aunque gélido. Pero la situación cambia en cuanto se accede al extrarradio. Ahí encontrará el visitante barrios como Tensta, semejantes, por sus modelos de bloques de edificios y también por el paisaje humano, a los banlieu franceses.
Son núcleos de población con un alto porcentajes de personas de origen extranjero. En algunos de esos distritos un 90 % de sus habitantes tendrá al menos un progenitor nacido fuera del país. Su padre o madre, o los dos, llegaron décadas atrás a Suecia procedentes de Iran, Irak, Somalia, Líbano o Turquía. En esos tiempos, el país nórdico era sinónimo de país de asilo. Sus hijos nacieron ya en Suecia y adquirieron su ciudadanía.
De ese paraíso de entonces se ha pasado a una escalada en sentido negativo. Los extrarradios de Estocolmo o de Malmö se convirtieron en terreno abonado para las guerra territoriales entre los llamados clanes, sea de la droga o del tráfico de armas. Son clanes relativamente pequeños, con jerarquías mal definidas, donde cualquier rencilla puede derivar en una espiral de violencia.
El caso más conocido, también fuera de las fronteras suecas es el de Rawa Majid, nacido en Suecia de padres iraquíes y líder del clan "Foxtror" y apodado "el zorro kurdo", prófugo de la justicia del país nórdico. Pero más allá de la acción de su clan, que aparentemente dirige desde Turquía, el crimen organizado de los suburbios suecos está altamente diversificado, lo que complica aún más la acción policial.
Cualquier muchacho puede convertirse en cabecilla de un grupo, como relata Faysa Idles, una sueca de origen somalí autora de la novela "Ett ord för blod" -"Una palabra para sangre"-, donde describe el submundo de Tensla, poblado por personas como sus propios hermanos reales, que tanto serán víctimas como asesinos o jefes de clan.
La pregunta que asalta al visitante que se asoma a estas estadísticas o que lee la prensa sueca es cómo se ha podido llegar a estar situación y, más importante, si hay formas para revertirla.
Suecia, con 10 millones de habitantes, concentra la mayoría de su población en sus grandes núcleos urbanos, como Estocolmo, con 989.600 ciudadanos. El porcentaje de personas de origen extranjero a escala nacional se sitúa en el 8,3 %, pero ese cómputo se dispara al 30 % en el conjunto de la capital para seguir aumentando -hasta el mencionado 90 % de personas con al menos un progenitor no sueco de algunos de sus barrios-. Un 85 % de las personas que se han visto inmersas en tiroteos u otros delitos con armas de fuego, tanto si fueron sus víctimas o sus causantes, son de origen extranjero.
La cruda realidad de estas cifras ha dado alas a la ultraderecha, como suele ocurrir. Una parte del electorado no necesariamente identificado con esas ideologías se ha volcado a darles su voto, con la esperanza de recuperar el paraíso de bienestar o seguridad perdido. Una posición que, a su vez, convierte la situación en un círculo vicioso. A mayor dominio de los partidos del radicalismo derechista, más se recortarán las partidas destinadas a la integración. La marginalidad impulsará a esas personas a la delincuencia. La media del desempleo está en Suecia en el 3,5 %, pero el porcentaje sube al 16 % entre la población de origen extranjero.
El impulso de la ultraderecha se plasmó en las urnas en las elecciones generales de 2022. Los llamados Demócratas Suecos quedaron en segunda posición, solo superados por la socialdemócrata Magdalena Andersson, por entonces primera ministra.
La derecha radical no gobierna en Estocolmo, sino que lo hace una coalición conservadora-centrista liderada por Ulf Kristersson. El partido ultra que lidera el mediático Jimmie Äkesson se "conformó" con el puesto de aliado externo, ya que el resto de partidos le bloquearon como socio.
Kristersson, cuya formación centrista había quedado en tercera posición, se convirtió en primer ministro, pero con Äkesson marcando su agenda a cambio de su apoyo parlamentario. Si ya con la socialdemócrata Andersson en el poder habían empezado los recortes en materia social e integración, al actual coalición y su socio externo no han hecho más que acentuarlos. El gobierno de Estocolmo se ha sumado además a las posturas más restrictivas en materia migratoria dentro de la UE. Del modelo de bienestar sueco y la sociedad igualitaria se pasó a una creciente brecha social.
"Debemos estar preparados para una guerra", advirtió hace unos días el ministro de Protección Civil, Carl-Oskar Bohlin. No se refería en este caso a una guerra entre bandas o clanes criminales, principal quebradero de cabeza de sus conciudadanos, sino al otro gran problema del país, en este caso en el terreno de lo abstracto: el temor a Rusia.
Suecia, como Finlandia, abandonó la neutralidad militar en 2022, a raíz de la invasión rusa de Ucrania. Ambos vecinos nórdicos solicitaron en paralelo el ingreso en la OTAN. Finlandia -con 1.360 kilómetros de frontera con Rusia- logró consumar su integración en un tiempo récord, mientras que Suecia sigue esperando completar el proceso de incorporación como nuevo miembro.
Le falta la ratificación por parte de Turquía. Las objeciones inicialmente interpuestas por Ankara, que acusaba a Estocolmo de dar asilo a terroristas kurdos, se disiparon tras el relevo en el poder a favor de Kristersson. Pero sigue pendiente de la ratificación parlamentaria.
Las palabras de Bohlin han creado inquietud en el país sueco. La guerra entre bandas es un peligro concreto y diario, para los vecindarios de las zonas más afectadas. El ejecutivo de Kristersson ha acentuado la presión policial sobre estos grupos, cuyo peligro equipara con el procedente del terrorismo. Se propone incluso utilizar al Ejército para combatir esas bandas.
"Nuestra sociedad está preparada para presentar resistencia activa a una agresión. Pero nuestros sistemas de protección civil deben modernizarse para responder, en caso de guerra", afirmó ahora Bohlin, en relación a la amenaza rusa. Sus palabras fueron recibidas con críticas desde formaciones opositoras e izquierdistas, que consideran innecesario crear mayores miedos abstractos en una población que ya vive bajo el síndrome de la inseguridad en su día a día.
De Finlandia al Neukölln berlinés
Para bien o para mal, Suecia no está sola en su lucha contra la criminalidad organizada. La vecina Finlandia, asimismo un país con poca población -5,5 millones de habitantes- y mucha más superficie boscosa que zonas urbanas, vive su propio azote de este fenómeno y, también, un fuerte impulso de la ultraderecha A diferencia de lo que ocurre en Estocolmo, donde la derecha radical es aliado externo del gobierno, en Helsinki a la pérdida del poder por parte de la socialdemocracia que lideró Sanna Marin siguió una coalición donde los ultraderechistas Verdaderos Finlandeses forman parte del ejecutivo del conservador Petteri Orpo.
Alemania, el país más poblado de la Unión Europea (UE) con 83 millones de habitantes, vive también su propio combate contra las bandas del crimen organizado. Tienen sus bastiones en barrios de Berlín o del populoso “Land” de Renania del Norte-Westfalia. La capital alemana no es un ejemplo de centro urbano pulcro al estilo de Estocolmo, sino más bien un panorama de dejadez o directamente suciedad que alcanza también a sus barrios más acomodados o el distrito gubernamental donde se encuentran la Cancillería de Olaf Scholz, el Parlamento y otras principales instituciones del Estados.
El feudo de los clanes del crimen organizado está, como ocurre en las capitales sueca o finlandesa, ahí donde se concentran las mayores bolsas de pobreza y marginalidad. En ellos se plasman con todo su peso los déficits de la política de integración o la tacañería institucional que ha negado los recursos adecuados a esas tareas en un país con más de un 10 % de población de origen inmigrantes y que en un solo año -como fue en la crisis migratoria de 2015 o a raíz de la invasión de Ucrania en 2022- ha recibido más de un millón de refugiados.
Son barrios como el multiétnico de Neükolln, en Berlín, territorio de clanes como el de los Remmo, una estructura familiar ampliada a un centenar de miembros, al que se imputan más de un millar de delitos cada año. Van desde sangrientos ajustes de cuentas a espectaculares robos nunca aclarados, como el de una moneda de oro de 100 kilos del Museo Bode, parte de la llamada Isla de los Museos. Su golpe más sonado fue el audaz atraco de 2019 a la legendaria Bóveda Verde de Dresde, un tesoro de monedas y joyas de la capital sajona. Su fuerte, sin embargo, no son esos espectaculares “momentos”, sino el dominio territorial que ejercen sobre ese distrito berlinés y sus guerras con sus rivales. Cada uno de sus procesos judiciales por crímenes, asesinatos y ajustes de cuentas llegan a desplegar operativos judiciales semejantes a los que se articulan en procesos por terrorismo internacional.
