domingo, 1 de abril de 2012

Crónica 14. Abril/Junio 2012

¿Por qué todo el mundo adora a Richter?

Gemma Casadevall

Lo suyo no es timidez ficticia; cada una de sus exposiciones sirve no sólo para reencontrarse con el artista, sino con uno mismo; y nunca cometió la altanería de someterse al exclusivismo de una única corriente. ¿Son estas tres razones argumento suficiente como para que todo el mundo adore a Gerhard Richter? Tal vez no. O, al menos, no siempre. Pero en ocasión de su 80 cumpleaños se impuso en Alemania el culto sin fisuras al más internacional -y mejor cotizado- entre sus artistas vivos.
La Neue Nationalgalerie de Berlín encabeza la ronda de homenaje con una retrospectiva consagrada al cosmos de Richter a través de 150 cuadros que abarcan todas sus fases, anímicas y creativas. El nombre elegido para la retrospectiva es, llanamente, “Panorama”. El propio Richter, en su sencillez, no habría encontrado mejor nombre para recorrer una trayectoria artística que ahora, en formato panorámico, entra en diálogo con el edificio diseñado por Mies van der Rohe. Richter arropa la línea pura del arquitecto con un mosaico de 4.900 piezas de colores, sobre una superficie de 200 metros.
“Panorama” es exhaustivo, y a la vez síntesis de un talento que surge en Dresde, la ciudad del este donde nació Richter, en 1932. Ahí quedó asimismo expuesto “Atlas”, una especie de ejercicio de introspección en la génesis creativa del autor. En Dresde se encuentra el Archivo Gerhard Richter, a modo de legado en vida del artista a la ciudad que dejó en los años 60, en plena Guerra Fría, en dirección a la Alemania occidental, y con la que no se reencontró hasta después de la caída del Muro. En su archivo se concentran miles de bocetos y fotografías acumulados por el artista en su taller. Incluidas las fotos de las obras que él mismo destruyó, insatisfecho, y que hoy se disputarían coleccionistas y casas de subastas de todo el mundo.
El macrocosmos plasmado en la retrospectiva de la Neue Nationalgalerie y el microcosmos  de su archivo. Una magnífica forma de recorrer a Richter y, a la vez, una manera de recorrerse a uno mismo, a través de los impulsos que la obra genera en quien accede a la Neue Nationalgalerie. A Richter no le quedó otra que inaugurar su retrospectiva, apabullado y tímido, reclamando menos de atención para sí y más para su entorno.
“Panorama” está destinada a ser la exposición estrella de la temporada en la capital de la Bundesrepublik y a multiplicar el culto a Richter. Un artista pletórico, en todas sus facetas. Un buen cultivador de un estilo propio al que no le caen los anillos por ponerse a pintar retratos de sus colegas y amigos, paisajes o reproducir hasta el infinito su mundo íntimo, en secuencias fotográficas.
Por supuesto cabe la posibilidad, aunque remota, de que alguien, berlinés o visitante, no adore a Richter. O que, tras recorrer el exhaustivo micro/macrocosmos de la Neue Nationalgalerie necesite  una piscina al sol de California. El Martin Gropius Bau, tan berlinés como el edificio de Mies van der Rohe, ofrece para estos casos su “Pacific Standart Time. Kunst in Los Angeles 1950-1980”, un exposición coproduccida con el J. Paul Getty Musem de Los Angeles con el propósito de tratar de convencernos de que no todo es Hollywood en la costa oeste y de que a veces sí llueve en el sur de California.

La lista de participantes es extensa -John Baldessari, David Hockney, Bruce Nauman, Edward Kienholz, Ed Ruscha, De Wain Valentine y Karl Benjamin, entre la cuarentena de presentes en nómina-. El eje, por mucho que se pretenda lo contrario, sí es el Los Angeles de las piscinas para  millonarios. Es la única excursión europea prevista para la producción de la Paul Getty Foundation, así que no se trata de ponerle peros.
Otra opción: la Hamburger Bahnhof, estación ferroviaria convertida en museo, cuya programación la hace de mención inevitable en prácticamente todas las crónicas trimestrales de Berlín. En esta ocasión presenta su “Five minutes of pur sculpture”, una recreación tridimensional, hecha de líneas animadas barajándose en un espacio cubierto de un ténue vapor, obra de Anthony McCall. Se trata, en realidad, de un conjunto de trabajos, realizados en los últimos diez años, que sumergen al visitante en un halo de luz horizontal, proyectada a diez metros del suelo.
Entre Richter, la costa oeste y los cinco minutos de McCall aparece un nombre remoto, al que Berlín y aledaños consagran varios espacios de lujo: Federico el Grande, el rey prusiano al que unos identifican con el expansionismo que desató tres guerras y otros como el protector de la elite intelectual, además del cultivo de la patata. Un sinfín de exposiciones rescatan al personaje, tanto en Berlín como en el vecino Potsdam, entre los soberbios jardines de Sanssouci y el Neues Palais, núcleo de la exposición . La ocasión es otro cumpleaños -el 300 aniversario del nacimiento del rey- y la temática va del recorrido cronológico por los esplendores pasados a cuestiones de intendencia. Los alemanes están en todo y es así que la fiebre recuperadora ligada al tricentenario del rey engloba la relación del monarca prusiano y el tubérculo más germano que se conoce. “Federico el Grande y el cultivo de la patata”, es el título de una de las exposiciones, complementaria a la que   se encuentra en la Alte Nationalgalerie. Con ello se recuerda que, además de convertir a Prusia en potencia, tras las dos guerras de Silesia y la de los Siete Años, combatió la hambruna con la implantación a gran escala de la patata.
La capital actual puede volcarse simultáneamente en el tricentenario del rey prusiano y en las ochenta velitas de Richter. La que fue capital federal en los años de la división alemana, Bonn, se permite meter a tres grandes talentos en una misma exposición. “Ménage à trois”, se llama, y en ella conviven Andy Warhol, Jean-Michel Basquiat y Francesco Clemente. El eje es, por supuesto, el rey del pop-art, lo que no quiere decir que a sus dos compañeros de ménage se les degrade al papel de comparsas. Los tres son co-protagonistas de una exposición destinada a recrear la escena artística del Nueva York de los 80.
Mucho juego de personalismos y piruetas al visitante, desde la vanguardista Kunst- und Ausstellungshalle der Bundesrepublik Deutschland, el pabellón levantado cuando a Bonn se le conocía como “aldea federal”. 
La capitalidad, y todo el aparato político-funcionarial, volvió a Berlín tras la caída del Muro. El pabellón sigue señoreando en Bonn, con un programa de exposiciones que no ha renunciado a la ambición con la pérdida de la capitalidad. La muestra merece una excursión a Bonn. Y así, ante el personalismo de Warhol, apenas mitigado tras el presunto “ménage à trois”, uno vuelve a plantearse la pregunta inicial: ¿por qué todo el mundo adora a Richter, el tímido no ficticio?