La ultraderecha alemana escala al segundo puesto, empatada con los socialdemócratas
Marina Ferrer
El ascenso en los sondeos de la AfD es de relevancia teórica, puesto que no hay elecciones generales a la vista. Sin embargo, abunda en el mal momento del tripartito de Scholz, cuyos socios Verdes sufren una dramática caída en la valoración ciudadana. Sus dos ministros más destacados, el de Economía y Protección del Clima, Robert Habeck, y la de Exteriores, Annalena Baerbock, llegaron a alternarse la primera posición en el aprecio de los electores, incluidos los de que tradicionalmente votaron a otros partidos. En los últimos meses han visto fuertemente cuestionada su gestión, en el caso de Habeck por las impopulares medidas que quiere impulsar para substituir las calefacciones de gas o petróleo por sus equivalentes de renovables, así como acusaciones de nepotismo en su ministerio.
La intención de voto atribuida a los Verdes se sitúa ahora en un 15 %, su nivel más bajo desde mediados . A los liberales del FDP se les sitúa en un 7 % mientras que La Izquierda podría quedar relegada a extraparlamentaria, por quedaar en un 4 % y por tanto debajo del mínimo del 5 % que garantiza el acceso a escaños.
A diferencia de lo que ocurre en otros países europeos, desde Austria a los nórdicos o Países Bajos, la ultraderechista AfD está excluida a rajatabla como socio de gobierno por el resto del espectro parlamentario alemán. También para la oposición conservadora toda colaboración con ese partido es una línea roja, ratificada en sucesivos congresos de la CDU bajo la “era Merkel”. Sin embargo, algunas agrupaciones regionales del partido apuntan la necesidad de abrirse “al diálogo”. Esto ocurre principalmente en el este del país, el antiguo territorio comunista, donde la AfD llega a tener rango de primera fuerza en algunos de sus bastiones. En los últimos tiempos, la CDU se ha visto abocada a ratificar o apoyar coaliciones a escala regional que en el pasado se consideraron contranatura, a cambio de mantener fuera a los ultraderechistas.
La AfD irrumpió en el Parlamento alemán en 2017 y se convirtió así en la primera formación de ese espectro con escaños desde los años 50. Había nacido apenas cuatro años como fuerza euroescéptica y antirescates a los países del sur de Europa, pero viró ese discurso hacia la xenofobia con la crisis de los refugiados de 2015, que ese año llevó a Alemania a un millón de peticionarios de asilo. En los últimos años ha compatibilizado el voto antiinmigración con el apoyo a diversos movimientos de protesta, incluidos el de los antivacunas en tiempos de la covid. Como a otras formaciones de la familia ultraderechista europea, se le considera un partido pro-Vladímir Putin, con vínculos con el Kremlin.
